Incómodo, la ropa mojada sobre la piel, el olor húmedo mezclado con el de la propia suciedad, las manos lastimadas del frío, ajadas, con los dedos insensibles, pero los huesos cuchillosamente dolorosos. Irritado, el pelo sobre la cara que entra en uno de los ojos, las manos ocupadas, la nariz pica, cosquillea, el estornudo atorado en la anorgasmia. Triste, en la cara también el frío... y la lluvia y una lágrima... y esa basurita dura cerca del otro ojo que raspa la piel al intentar quitarla. Asqueado, náuseas de llantos presos en la garganta, en la panza, en la espalda, en la frente, en las rodillas, en los pómulos, en lo profundo de la nariz y en el costado izquierdo del alma.
De repente un ojo rendijea y allí está: se ve cálido, se ve confortable, se ve luminoso, se insinúa placentero, se supone pleno, es certeramente divino. Tiembla. Ya no puede negar que es viento de felicidad el que se le está soplando en la cara. Cierra los ojos. Mira la nube negra y dice: no hay más que MI nube, no hay otra misión para mí que sostener - malabareando- rayos y centellas!


